© 2013-2017 Cristina Merino Navarro


viernes, 29 de agosto de 2014

Esperando que compense soportarme
Me observo en el espejo que ha envejecido por mí.
Porque ya no me reconozco.
Es otro yo oscuro y deseo obsoleto
Que se agiganta, nutriéndose de mis temores.

Espero aquí alargando las manos
Sólo de vez en cuando para saber qué es real.
Sé que más allá podría ver al fuego avivado,
Como una metáfora de mi alma naufragada y perdida
En costas de un mar muerto menos bonito,
Menos eterno que el de los demás.

Me da pavor dirigir la mirada a esos ojos que me auscultan,
Que me taladran y me avergüenzan.
Son demasiado negros, son demasiado grandes,
Son demasiado oscuros para enfrentarme a ellos.
Por si no sirven.
Y no existe más tras la máscara de piel que me oculta,
Esa faceta más tenebrosa y mía.

Y si echas a correr cuando me proclamo humana,
Porque jamás pude llegar a diosa
Y me queda ese regusto amargo que a veces da la vida.
¿Sabré vivir con las consecuencias,
Con el quedarse las ganas,
Con el no esperar menos, por no saber esperar más,
Mientras me atormento pensando en condicionales?

¿Sabré si hay que saber algo,
Si quiero saber alguna cosa,
Por si duele y me sorprendo?

Ser o no ser idiota,
Esperar o desesperarme por quien me soporta.
Esperar o evadirme por si me niega.
Esperar o saltar, por si vuelo en el intento,
Y no caigo en picado al fin de un sufrimiento que quizás,
Sólo quizás,
Podría echar de menos en un letargo insensible.

(Quizás valga la pena, eso de lo que hablan,
Respirar y notar como duele.
Saber que sientes, que sigues viva).

Esperar o desesperarme.
Quizás soñar que mejor esperar.
Poder anticiparme a tus pensamientos,
Porque mordería tus sonrisas.
Por desesperarme. No saber esperar.

Anhelar acabar con mi sombra viva del espejo,
Por su sonrisa incandescente y fea.
Apuñalar o no apuñalar el reflejo.
Esperar o desesperarme. Qué será eso.
Escoger olvidar, por si mirar es jodido.
Escoger esperar a la vida, para no desesperar.

Sigo esperando.

29.08.14

C. Merino

martes, 26 de agosto de 2014

Se respiraba a nuevo.
Esa hierba hacía poco que había crecido,
Y nos alababa con su suave vaivén,
Con su dejarse hacer el amor por el aire.
Todo eran piezas que encajaban,
Dentro de la soledad de ese momento,
Oscuro y eterno de un microsegundo.
Todo pertenecía a todo.
Menos nosotros.
Perteneciéndonos tan poco,
Que las miradas se desviaban al cielo.
Como un volver al lugar del que procedemos,
Un mirar atrás sin sentido hacia unas estrellas,
Vistas como recuerdos imborrables de nuestro paso.
Y no puedo evitar pensarlo.
Yo a un siglo de distancia del roce de nuestras manos.
Tú a mil lunas de oler mi perfume enloquecido esta noche.
Y los cantos silenciados,
Abnegados y vergonzosos por nuestra desnudez
Impía y carnal de nuestras almas
Que se inclinaban al vacío rocoso
De ese acantilado en el que se convirtió la despedida.
Se respiraba a nuevo.
Sí, es cierto, Señor, si lees esto.
Porque nos estábamos ya olvidando,
Y yo te pertenecía tan poco,
Que tú me pertenecías otro tanto,
Que no sé. No sé qué pretenderé confesar.
Que yo respiraba y oía la sangre alcanzar puntos inexorables,
Esperanzas vacías en un subir de respiraciones,
Un ir y venir quejoso y frustrante de miradas de otra gente alrededor.
Y que no sé a lo que pretenderé tener miedo.
No lo sé ahora, quizá mañana.
Y que no sé.
No sé mirar al horizonte y ver el límite,
Ni línea visible que me separe el firmamento,
Ni creencia que me divida mi paraíso
O desgracia que acabe con mi vuelo o mis alas.
Si no sé.
Si miraba a lo lejos y veía que me apoderaba de todo en un momento,
En una inquietud,
En un temblor de tus labios,
En un misterio de tus ojos abiertos y sin dejar claro nada.
En un algo.
No hay temor cuando te contemplo
Ni cuando respiro.
Aunque de repente me sepa a nuevo,
Y no sepa a lo que debería tener miedo.
Si ya no hay dolor ni espera ni esperanza
Ni se oye ningún sonido.
Y la hierba ha pedido tregua a estas horas,
Agotada ya de que el viento soplara en su contra.

26.08.14

C. Merino

miércoles, 20 de agosto de 2014

Confesiones a A.

Tuve que contar hasta tres,
Muy despacio y en susurros,
Para poderme enfrentar a esa vista.
A la ciudad prendida por tus manos,
Por tus movimientos forzados
Navegando como candelabros en el cielo
Perdidos.
Descuidados.
Atentos a nuestra primera visita
Complacidos bajo nuestra mirada atrevida y desinteresada,
Pendientes de nuestros cuerpos y pestañas,
Abrasados por la luna encendida.
Y observábamos las ganas desnaturalizadas por las esquinas
De un firmamento que nos inventamos.
Suplicábamos, sin comprenderlo, seguir jugando a aquello,
Falto de otro nombre que no fuera el tuyo, el mío, el nuestro,
Por el simple placer de arder,
Por orgullo no reconocer que ya nos quemamos,
Asustados de nuestras propias dosis de droga fuerte.
Los controles se inutilizaron y las sombras,
Joder, las sombras.
Las sombras acechaban sus propias envidias
Por no poder acercarse a tu cuerpo destellante de entonces
Que se encontraba conforme esa noche
Acompañado de otro que pudieron llamar mío.
Queríamos oírnos sin mediar palabra,
Escuchar sin perturbaciones cercanas a nuestros corazones
 Latiendo, azarosos.
El silencio era un requisito de esa lluvia sin agua,
Que goteaba de forma lumínica sobre nuestras cabezas.
Los vicios se vieron entonces aparcados por un momento,
Y los deseos empezaron a anidar nuestras almas.
No hubo más cantos felices que mis suspiros,
Que mis intentos de besar algo que no era mío,
Que me sabía a libre
Y era esa libertad suya lo que ansiaba.
Quizás no entendía las armas de esa lucha salvajada,
De esa guerra sin reyes que se alzaba en las tinieblas.
Pero ganamos los dos en una última mirada helada,
Conscientes de la próxima caída,
Que nos rendiría,
Y acabaría con la luz de una tenebrosidad desconocida,
Portadora de mi nombre,
De su nombre, Alejandra, de mi nombre Cristina.

20.08.14

C. Merino

martes, 19 de agosto de 2014

Te sueño esta noche, en estos pasos insomnes que me amenazan el alma. No hay más respiraciones que las que acompañan a mis pies, vagabundos, intentando rastrear tu vida. Se pierden los horizontes, de mientras, en el aire. Me siento culpable por no atraparte en mis sueños. Aún recuerdo tu mirada y persigo tus ojos en el cielo negro, prendido por otras almas que lloran algo que no comprenden. Se te llevó la vida y nadie más te ha hallado. No ha habido más sombras para ti, para esa parte de mí que se ha ido también. A veces se me olvida reír, mostrar los dientes a la gente y forzar la alegría. Alguien me preguntó si era feliz. Y se me cruzó tu cara como una hostia a tiempo para reanimarme. Comprender así que no lo entendía. Pensar y pensar en su significado. Saber que fui feliz y saber que fue ante tus ojos. Un instante. Luego todo recuerdo se transforma en un sentimiento satisfacción extraña, llena de olvidos. Se me olvidaban tantas cosas en ese instante… me antojaba a mi misma tan tonta, tan ignorante, tan estúpida, que no entendía otras palabras que no fueran las pronunciadas por tu mente, a bocanadas por tu boca. Se me olvidaba donde estaba. Se me olvidaba que escribía. Que hacía tiempo que no lo hacía. Que echaba de menos cosas que no sabía, que no entendía aún. Se me olvidaba al perderme. Porque de veras me perdía. Parpadeaba como un intento de volver a respirar, de encontrarme. Pero me encontraba tan sola, que aún cuando te fuiste me encontré abandonada, con sentimientos desconocidos de pérdida. No pensaba echar de menos a nadie. Mierda todo por haberme jodido el plan.

C. Merino